lunes, 7 de diciembre de 2015

Trocitos de cielo

Trocitos de cielo


      Este fin de semana Eduardo, con ojos de nieve y felicidad, me insistió en que iniciara un blog y yo, conmovido por el trajín de las raquetas extenuadas por la travesura espontánea de nuestros pasos, sin darme cuenta, me dejé llevar por los senderos de una conversación que me ascendían a la respiración de un Portalet desperezándose bajo el aguijoneo constante de nuestros bastones y nuestras bromas, mientras sentía cómo una inquieta curiosidad ardía bajo mi térmica.
- ¿Un blog?- la sacudida de la idea casi me hizo tropezar.
- Tienes que volver a escribir, Mariano - replicó.
     Estábamos Lorena, Monty, Loreto, Ramón, Paco, Eduardo y yo, quien ignoraba por completo la geografía de las redes sociales de las que mozé me hablaba.




    

      Poco después, cuando llegamos a la cima, sentí que recuperaba un trocito de cielo que las calles de Zaragoza me habían arrebatado y, sin lograr explicármelo todavía, estuve dando varias vueltas completas sobre mí mismo, respirando lentamente, asomándome al alborozo solemne del paisaje que nos rodeaba. Entonces lo supe.
      El lunes por la mañana, ya en Barbastro, una vez extinguido el itinerario matinal de unas compras hacía tiempo planificadas, regresé a casa y saqué hora y media de mi tiempo para escribir unas líneas.
      Me venían a la cabeza momentos valiosos y desordenados que no quería olvidar, como el instante en que el cráneo del sarrio que encontró Monty decidió rodar ladera abajo y permanecer en la montaña, o el del inexplicable estruendo metálico de las chanclas de Paco bajando por las escaleras de su casa, o la comicidad del acento vasco que ponían Lorena y Loreto para hablar de la película "Ocho apellidos vascos", o la llamada telefónica intempestiva de Ramón a Paco a las tantas de la madrugada para que escuchara la canción "Paco, Paco, Paco, que mi Pacooo", o la pendiente helada que desistimos de atravesar por la imposición de la prudencia, o el susto que dimos a Marga y Modesta agazapados tras el sofá del salón, o el que me llevé yo cuando Loreto, Lorena y Monty me hicieron creer que no teníamos habitación para dormir.


           Eduardo me habló de fotografías, caminos y haikus. En verdad, mientras el quejido de la nieve despertaba a nuestro paso, yo escuchaba sus ideas, asombrado por la forma en que el mundo estaba cambiando. Me di cuenta de que no había prestado atención a internet. De que no comprendía la necesidad de tener Instagram, Twitter o Apps. Lo que más me inquietó fue una visión fugaz de que lo extraño era lo mío. Entonces, en vez de bromear, me dejé saturar por una suave sensación de descanso.
      - Eduardo, voy a hacer un blog - le dije.

1 comentario:

  1. Pues has hecho bien en crearte el blog. Es una buena manera de que tus palabras no queden en el olvido, cosa que sería una lástima con el arte que tienes para colocarlas.
    Me alegra que quizá fuese la pureza de la montaña la que te decantara finalmente a dar a luz a este pequeño espacio que, si consigues mantener vivo, es algo muy gratificante. Tambien te digo que, a veces, es fácil dejarse llevar por la dejadez y abandonar el blog...que no te ocurra; intenta darle vidilla aunque te cueste, que yo, aun criando, sigo firme con el mío de montaña porque me sigue dando satisfacciones (losdeltermo.blogspot.com.es)
    Me seguiré paseando por aquí de vez en cuando, que da gusto leerte majo!!!
    Un abrazo amigo y a ver cuando nos vemos!!!

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