Chesu y el árbol caído
Con las manos en el volante, yo estaba aún
totalmente amodorrado. El fogonazo misterioso del radar de la recta de Tierz
bajo la luna blanquecina de las siete de la mañana abrió una hendija de lucidez
en mi cerebro.
-¡Me cago en la putaaaaaaaaaaa, machoooooooooooo! –
protesté inútilmente mientras mis ojos caían torpemente sobre la aguja del
indicador de velocidad. 75 Km/hora. De un modo confuso pero urgente me di
cuenta de que debía refrenar mis emociones.
Una vez que llegué a Huesca, Ramón bajó a la calle
puntual y al poco rato llegó Chesu, a quien recibimos cantando:
-Cumpleaaaaaaños feeeeeliz…
Media hora más tarde estábamos desfilando por el
sendero serpenteante que llevaba al Pico del Águila. Chesu caminaba dando
largas zancadas y llevaba las manos entrelazadas en la espalda la mayor parte
del tiempo. Su voz transmitía al hablar una tranquilidad natural y sus palabras
brotaban con una cadencia serena y transparente. En un punto del sendero,
encontramos un pino caído que lo atravesaba a modo de barrera y que había que
sortear cruzando por debajo. Chesu sintió que la soledad momentánea del árbol
no era más que un apremio parecido a la sed.
-Algún día, nosotros seremos un árbol caído también
– dijo.
Al poco rato, una dificultad inesperada irrumpió en
nuestra caminata. Una de las suelas de mis viejas botas al principio, y finalmente
las dos, empezaron a despegarse por la parte de atrás. A cada paso, se soltaban
un poco más y se sumergían en un baile deslenguado y febril, oscilando sobre el
crujido de las piedras como dos rebanadas de plástico malogradas. Gracias a la
pericia de Chesu, pude sobrellevar la situación mediante un apaño improvisado
pero sólido de cinta, cuerdas y esparadrapo.
El cruce del collado del buitre situó ante mis ojos
una ladera casi vertical de un barranco, sesgada por un par de pedreras que la
recorrían de arriba abajo como cuchillos de nostalgia. Finalmente, al llegar a
la cima me sobrevino una sensación de sueño repentina mientras sacaba el bocata
de mi mochila y me sentaba volteando instintivamente mi cara hacia el sol.
Por la tarde, fuimos a la celebración del
cumpleaños de Loreto, al que acudimos Carlos, Lorena, Lucía, Ángela, Raquel,
Cristina, Monty, Ramón y yo.